domingo, 28 de septiembre de 2008

- No tardes demasiado.


Deseó que no fuera así, pero lo fue (lo descubriría años más tarde).
“Hay gente esperando fuera, no puedes tardar. Pero tampoco dejar restos, y no puedes dejar tu tarea sin acabar. ¿Cómo se hace eso?”
Llegaremos tarde a la boda de tus abuelos. ¡Tengo que entrar, me he dejado el lápiz de ojos! Llevas ahí demasiado, no seas pesada. ¿Estáis todos listos, solo falta una? ¿Se puede saber qué haces?
“Sólo de pensar salir con todo esto aún dentro me sobrecargo de rabia que descargar contra mi misma, y no quiero eso. Tengo que acabar, y rápido. Si el precio es que se enteren, tal vez debo pagarlo. Lo que sea para no dejarme esto dentro, tengo que desterrar hasta el último trozo.”

Y así lo hizo, y siguió haciéndolo muchas otras veces. Los años se hacían cortos al recordar cuando fue la primera. Le asustaba tomar conciencia, por lo que poco a poco dejó de recordar. Solo cuando se escondía bajo el edredón y se acurrucaba, hecha un ovillo, para no ver pasar el día, se permitía tal lujo. Revivía en su cabeza escenas que le parecían normales, pero que –no sabía porqué- la hacían llorar y retorcerse de dolor. Un espejo, una cara. Una sonrisa de
spués del acto impulsivo, una sonrisa que nada tenía de encantadora. Ver nacer una sonrisa tras el desahogo –que sabía- que la estaba consumiendo era lo más desesperanzador que había experimentado hasta el momento. Era una sonrisa enferma, y lo sabía. Pero no podía evitar esbozarla, por el júbilo de haber conseguido su propósito aunque se estuviera destrozando.

Otras veces no veía, solo sentía. Que el corazón se le escapaba del pecho, que no se ponía de acuerdo con el ritmo de su respiración. Que todo eso se fundía con el ansia de que estaba a punto de salir el último trozo, o el más grande, el que le aliviaría con su huida. Se escuchaba por dentro, y nada era armónico. Sus pulmones le castigaban con silbidos y su motor vital escogía su propia –y todo hay que decirlo, apesadumbrada- melodía inconstante. A veces le fallaban las rodillas y la cabeza empezaba a darle vueltas. Cuando de nuevo regresaba a ese espejo, sus párpados se habían hinchado y presentaban ahora un color rojizo. “Marcas de guerra” pensaba, satisfecha. Y volvía a sonreír. Pero sabía que por dentro las heridas cada vez eran más, y sangrantes. Y era como destapar una de ellas y ver correr ese denso río escarlata, duele pero desahoga tanto…

A veces este río escupía en su boca, y de entre toda la basura-culpabledetodossusproblemas aparecía una muesca roja. “No, mierda, tú no. Deja que salga todo lo demás, que todavía queda mucho. ¡No puedes hacerme esto! No puedo parar ahora, ya falta poco.” Y dejaba que el río se desbordase por su garganta, “lo que sea con tal de no dejarme esto dentro”. Cuando acababa era como despertar de un sueño, veía restos de sangre y… no podía evitar marearse. Nunca había podido resistir ese tipo de cosas, pero ahora lo estaba haciendo. Y todo, inducido por sí misma.

Los ácidos eran otra cosa. Siempre desagradables, ella les encontraba una función que les convertía en huéspedes bienvenidos. Cuando llegaba el primero no podía reprimir una mueca de tremendo asco, pero ya preparada para el segundo, lo recibía con más ganas. Le ayudaban en su tarea, ésa era la verdad. El asco era el arma más útil de la que disponer en ese momento, era justo lo que tenía que sentir. Así lo conseguiría. Más rápido, y más eficaz. Siempre le gustaron los remedios naturales.
“Además, eso significa que ya no hay nada apenas. Cuando viene el ácido, es que están a punto de chapar.” Y se guardaba la sonrisa para más tarde, cuando hubiera acabado. Para poder contemplarla en todo su esplendor.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Todo nos parece una mierda.

Qué hacer cuando el viento viene de frente, y ya no es sólo el viento. Y no alcanzas a ver más allá, no puedes, o no quieres. Cuando todo se te acumula y no eres capaz de establecer un orden: tu por este lado, estas cosas un poco más al fondo, junto a esto otro... ni idea, no sabes, no ves, bloqueo. Y quiero ir a cualquier otra parte, pero que sea eso, cualquiera.
Y no quiero que vengas conmigo. Ni tú, ni nadie, ni nada que no sea yo y mi descontrol y mis ganas de venirme abajo. Hay días para desahogarse, este es uno de ellos. No quiero nada que no sea eso, salo distracciones fáciles para días duros.